Etiquetas

lunes, 12 de octubre de 2009

EL ORGULLO DE ESTAR EQUIVOCADO


Parece una ley no escrita de la naturaleza del ser humano el que todos queramos en todo momento tener razón. No se trata solamente de que nuestra opinión sea aceptada como verdadera, sino del hecho de ser conscientes de que todos nuestros actos están regidos por una lógica indiscutible. Todos queremos los mejor para nosotros mismos, todos tenemos motivos para tomar las decisiones que tomamos. Y lo hacemos pensando en que, en el fondo, esté bien o mal según los criterios de moral, o coherencia, o saber, siempre será lo que más nos conviene.

Nos esforzamos constantemente para hacer las cosas BIEN, así, en mayúsculas. Incluso cuando hacemos algo malo, que perjudica a alguien, incluso a nosotros mismos, estamos haciendo lo mejor que podíamos hacer dadas las circunstancias.

Por otro lado, pero estrechamente relacionado con el tema que he empezado a tratar, está la suposición de que queremos vivir una constante mejora como personas.

O si ninguna de las anteriores circunstancias se diera, cuando somos conscientes de estar equivocados y pese a ello no podemos hacer nada al respecto, siempre tendemos (o deberíamos tender, según los estándares a los que me refiero) a intentar esconder ésta debilidad.

Los fallos, las debilidades, los miedos, las imperfecciones, todos ellos son rasgos de los que debemos sentirnos avergonzados.


No es mi caso.


Algunos de mis defectos son, después de todo, una decisión personal. Los tengo, sé que lo son, sé que me perjudican, que me limitan, y pese a ello los exhibo como una bandera, orgulloso, feliz. Muestro paradójicamente mis miedos sin miedo, mis extravagancias con naturalidad, mis dudas con seguridad.

Porque todos ellos me definen tanto como mis virtudes, mis talentos, mis vocaciones, mis atractivos. Yo SOY mi miedo a viajar, mi odio a la nieve y al frío, mi pánico a bajar una pendiente, mi negativa a escalar una pared. Tanto como soy mi afición a escribir, mi humor intelectual, mi paciencia, mi interés al escuchar.

Y porque me definen, me aferro a mis fallos. Sé que está mal, pero es un estar mal que yo he decidido. Y me duele más el “¿ves como ya te lo decía?” que seguirá a mi renuncia a ellos que todo lo que me pueda estar perdiendo por tenerlos.

Me aferro a mis defectos, pues, en parte por orgullo y en parte por miedo a tener que inventar nuevamente una forma de ser.

Tardas una vida en descubrirte, en conocerte a ti mismo. ¿O es en inventarte? Porque pienso que una parte muy grande de lo que llamamos identidad, es en realidad un papel del que hemos ido escribiendo el guión toda la vida. Todos somos actores interpretándonos a nosotros mismos. Estudios psicológicos más serios que ésta reflexión de ratos libres (que tal vez cite en otro momento, pero ahora mismo tendrás que creerme. Después de todo, ésto no es un artículo serio), afirman que una persona en realidad es lo que piensa que es. La manera en que uno se define a sí mismo es lo que delimita su personalidad. El ejemplo del libro decía que se puede rehabilitar a una persona que ha robado, pero no a una que opina de sí misma que es un ladrón.

Y ahí está la trampa. Nos definimos a nosotros mismos a través de conceptos prefabricados. La sola palabra “ladrón” ,o “buen amigo” ,o “espavilado” ,o “cortito” vienen con un paquete completo de guiones y de supuestos asociados, de cosas que estos tipos de personas hacen, o deben hacer. Pero no somos nosotros quienes las definimos, quienes las decidimos o las creamos: nos vienen dadas.

Así nos encontramos actuado siguiendo unas pautas externas.

Naturalmente, son necesarias. Es inconcebible una personalidad que esté al margen de éstas convenciones. Actuaremos como hemos aprendido, pero tal vez ser conscientes de ésta circunstancia nos haga, de algún modo, ser un poco más dueños de nosotros mismos. Y buscar la identidad en un nivel más profundo. O quizás trascender el concepto de identidad.


Sigo teniendo mis defectos. Y mis virtudes. Pero sé que bajo todo eso hay otro yo, el yo que decide limitarse, y por eso mismo es más grande de lo que se pude sospechar o imaginar. Porque cuando te pones límites a ti mismo, demuestras que en realidad puedes ser ilimitado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario